viernes, 26 de octubre de 2007

Pantelicas para Platanoverde

Aquí va una crónica sobre el poder femenino... la pueden encontrar también en la última Plátanoverde, que está de lujo. Como para leerla de principio a fin.

Del Mensajero de las damas a la noche de las pantaleticas

Cómo camina una mujer que recién ha hecho el amor
En qué piensa una mujer que recién ha hecho el amor
Cómo ve el rostro de los demás y los demás cómo ven el rostro de ella
De qué color es la piel de una mujer que recién ha hecho el amor
Oficio puro
Víctor Valera Mora

No concibo la tarde del sábado sentada en el pretil de la ventana, mirando pasar la vida a través de los barrotes, encuadrando el aburrimiento en ese marco que desde afuera apenas revela a una joven dócil, pudorosa y casta. Un cuerpo en plano medio, que no muestra sus medidas ni sus apetitos, que sigue al pie de la letra los preceptos del deber ser religioso, de la mujer madre y esposa, en fin, un dechado de virtudes. Hubiera sido tal vez lectora disciplinada de ese edificante semanario larense llamado El Mensajero de las Damas, donde alguna vez pude haber aprendido este sabio consejo para satisfacer a los esposos: “Busca aquellas ocupaciones que más agradables le sean y que más importancia y valor te den a sus ojos, prefiriendo a todas el gobierno doméstico, que es el verdadero imperio de la mujer” .

Pero mi imperio se gesta, más bien, enmarcado en bombillos que imitan el camerino de una actriz y que iluminan un espejo. Allí se reflejan, inclementes, a manera de barrotes, cada una de las imperfecciones del cuerpo. Detrás está el mundo, la imagen del templo femenino por excelencia, el salón de belleza: corta aquí, seca allá, tiñe raíces, disfraza rostros, disimula el juanete, embellece las manos, ponle pequeñas y dulces garras acrílicas, estiliza muslos y caderas, arranca sin piedad los vellos de un solo tirón.

El calor no se puede soportar cuando veinte secadores funcionan al mismo tiempo en unos pocos metros cuadrados sin aire acondicionado. Pero no hay alternativa, el manual de la mujer poderosa dice que, así sea en una de estas peluquerías populares, para ganar la batalla hay que estar -o al menos sentirse- irresistible. Eso lo sabe bien Teolinda, la sultana de la peluquería, una abanderada furibunda de la democratización de la belleza femenina: “Eso era antes, que solamente las actrices podían ir a la peluquería, ahora no, ya nosotras mismas sabemos cómo es la cosa, aquí nos ganamos unos reales y todas pueden venir”, me dice, mientras estira una melena imposible, y le saca musculatura a sus brazos negros y macizos. Qué extraño, aquí no hay ni un solo “estilista”, pero el dueño de la franquicia debe ser uno de esos, un tal Carmelo.

Me dejo de reflexiones, no vaya a ser que se me note en la cara que me creo inteligente y espante algún levante interesante. Salgo rápido de la peluquería, estoy muy apurada y a los tacones se les salió una tapita. Coño, siempre cargo unas cholitas en el carro por si se me ocurre hacerme el pedicure, pero justo hoy se me olvidaron. Camino al sol tratando de concentrarme en no sudar, y paso frente a una construcción. Ese gremio obrero sí que es fiel, siempre te gritan piropos que te levantan la autoestima cuando tienes un barro en la cara y te sientes la más fea del salón. “Mami ¿No te dolió… Cuando te caíste del cielo?”. Hasta ahí la cosa va muy bien, pero cuando empiezan con lo de “Mami, dime quién es tu ginecólogo para…”, sudo como en la clase de spinning, pero de la arrechera. Si no son tan grandes, o tienen cara de estúpidos, les devuelvo el piropo con un insulto, pero hoy no tengo tiempo. Tengo que verme con mi tía Gabriela, después ir a la despedida de soltera de Anita y luego quién sabe. Por eso es que el secado de pelo tiene que resistir baile, chismes y revolcones de todo tipo, hasta sentimentales.

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Hoy no estoy de humor para escuchar a mi tía Gabriela, aunque sé que en el fondo siempre lo disfruto. Me encanta que me eche el cuento de sus amigas feministas de los setenta, que se lanzaron al teatro La Campiña a sabotear el Miss Venezuela, porque las mujeres no podían ser tratadas como objetos sexuales. Pobrecita María Antonieta Cámpoli, con esa ilusión que tenía, se puso nerviosísima. Menos mal que al final la cosa se compuso, y ella ganó. Pero qué ironía, si por mala suerte las feministas hubieran logrado eliminar a Osmel Sousa y su imperio, no habríamos visto a Irene Sáez jugando a la Barbie en un municipio donde no se sabía muy bien si era la madrina o la alcaldesa; o tratando de ganarle sobrada las elecciones presidenciales a un militar. “Pero mira donde terminó Irene después, en su casa, con su esposito y sus niños”, me suelta la tía Gabriela.

“Es que las cosas no son así. Hay una deuda histórica con las mujeres. La sociedad apenas empieza a cambiar, hay rostros femeninos por todos lados, aunque cuando no están en las noticias, los culos los muestran en las vallas de cerveza. Es que es muy difícil cambiar el sistema de poder más antiguo de la humanidad, o sea, el patriarcado. Y tú me dirás que la presidenta de la Asamblea Nacional es mujer, y que hay ministras mujeres, y que en la CANTV y Movilnet pusieron mujeres, y que las periodistas famosas son todas mujeres, pero revisa si hay una sola mujer en la junta directiva de PDVSA. Tú lo sabes, lo viste en la universidad, seguro que un montón de niñas estudiaron Derecho, se graduaron, y ve a ver cuál es la proporción en los tribunales”, me dice mi tía preferida. Yo mientras tanto me acomodo la falda, y pienso qué pasaría si yo fuera ingeniera civil y tuviera que ponerle orden a los obreros que me acaban de bucear en la esquina.

“Pero bueno tía, es que todo este cuento de las leyes que favorecen a las mujeres, del Código Civil y la igualdad de condiciones en la sociedad conyugal a mí no me dan ni frío ni calor, porque yo siempre he hecho lo que me ha dado la gana”, le respondo, como para ir cortando y salir rápido a la fiesta. “¿Ahh, tú ves?, es que de eso no hace mucho, eso fue hace poquitico, en los ochenta, en los noventa. Es que hay hasta una ley de paridad para los cargos públicos que no se aplica, porque a una diputada le pareció que era injusto para los hombres. Es que nosotras mismas estamos confundidas. Menos mal que ahora por lo menos se reconoce el trabajo doméstico y hay una que otra gerente en la empresa privada, eso sí, tienen que ser más arrechas que los hombres, y andar todo el día de punta en blanco. Yo te digo, aquí hay que buscarse estrategias de resistencia. ¿Te vas a ir? ¿Quién es la que se casa? ¿Sucumbió al novio ese que tenía? Bueno, está bien, vete y deja de andar viendo esa pendejada de Sex and the City. Vete, vete. Sí, sí, estás linda, no se te notan los cañones en las piernas”.

Sí, definitivamente me gusta escuchar eso de las estrategias de resistencia. Estrategia de resistencia fue la que aplicó la Tatis cuando la dejó el novio y se puso 500 cc en cada teta, o el puchero ese infalible que le hace la Caro al jefe, para que le lance las reuniones aburridas al otro tipo que trabaja en la oficina. Pero la mejor fue la de la huelga de piernas cruzadas: resulta que a las novias de unos pandilleros colombianos de Pereira se les ocurrió que si les aplicaban la abstinencia por una semana, a lo mejor ellos recapacitaban y se dejaban de tanta violencia. Otra buena es la de dirigirse a todos los seres vivos anteponiendo la frase “mi amor”, esa hay que aplicársela, sobre todo, a las secretarias. Lástima que Kathy no ha aprendido que la estrategia de dárselas de arrecha con la peluquera, y vivir peleando con ella, atenta peligrosamente contra su imagen.

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Comenzó la tarde de pantaleticas. Me encanta, puras jevas hablando duro y sin pena, de vez cuando cae bien, sobre todo después de la descarga de conciencia femenina que me acabo de echar. “¡Amigaaa! ¡Holaaa! ¡Maricaaa! ¡Que bellaaa! ¿Ya está todo listo? ¿Viene la chama del Tarot? ¡Consulta colectivaaa! Buenísimooo, así de una vez nos actualizamos con todos los cuentooos. Yo te dije que lo que está de moda es llevar un sexólogo a las despedidas de solteras, y bueno, no conseguí los strippers, pero vamos bien con lo esotérico. Mira, te traje un regalito. Uno es un consejito que leí en un periódico de mil ochocientos y pico –como decir la Vanidades de la época, pues- y dice: “Tus atenciones con él deben ser continuas, mas no inoportunas; afectuosas, más no afectadas”. Ahhh, ¿qué taaal? Mentiraaaa, lo que te traje fue… ¡Un vibrador ro-saaa-dooo!”.

La cosa se volvió un despelote después de que Ale nos leyó las cartas –y no era la primera vez, porque desde que conseguimos nuestra “bruja chic”, toda tatuada, vamos siempre a consultarnos-. Todas nos emborrachamos para olvidarnos de los cachos que nos están montando, de los viajes fallidos, del hombre moreno que no nos va a parar bola nunca, pero sobre todo del tema de la infidelidad. Ale nos decía: “En esta fiesta hay más mujeres que hombres, porque cuando les echo las cartas les salen de a tres a cada una. Ahora las mujeres son las que montan cachos vale, qué impresión. Todas se ponen a llorar cuando les digo que el hombrecito ese no es el tipo, pero se secan las lágrimas y se les dibuja una sonrisota cuando me empiezan a preguntar por el que les veo venir. Qué vaina, los sacerdotes, los místicos, los shamanes, los magos, todos son hombres, pero al final, ¿quién es la que descubre las verdades ocultas? la Suma Sacerdotisa. Nos tienen jodidas con ese cuento de que si nos viene la regla no podemos hacer ningún ritual. ¿No lo voy a saber yo, que he sido policía de tránsito, modelo, masajista y mil cosas más? Al final es la misma vaina siempre, si no es un hombre el que te quiere agarrar el culo, es una mujer. ¡Salud!”.

Después vinieron las confesiones de la secretaria de la agencia donde trabaja Anita, que siempre vemos tan seria haciéndole guardia como un bull dog a la oficina del presidente. La mujer nos confesó que si a ella no le cae bien alguien, no pasa a ver al jefe jamás. Es que esa relación yo nunca la he entendido, es una cosa enferma, ella hace todo lo que el jefe no quiere hacer, y termina mandando más que él. Es como la muchacha que trabaja en la casa de mi amiga Lori, que iba todos los días y decidía qué se comía, con qué jabón se lavaba, cuál era la lista del mercado y a qué hora hacían la tarea los muchachitos. O sea, Lori era como un cero a la izquierda en su casa. Pero un buen día, el marido de la muchacha se levantó con los celos alborotados y no la dejó trabajar más. Ni en casa de Lori, ni en mi casa, ni en casa de la mamá de Anita. Y a eso sí lo llamaría yo un verdadero plan de desestabilización, fue peor que el terrorismo financiero.

Tan bella mi Anita, a punto de casarse y ahí vomitando en la poceta cuando apenas empieza la noche. Esa sí que se gozó la vida en Europa, sin necesidad de casarse con un bobo de estos que vienen aquí a buscar mujeres exóticas. Me decía que me fuera de rumba con el primo de la Tatis, y yo le hice caso. Ya él me había coqueteado una noche, y yo le había seguido la cuerda, más por cortesía que por gusto. Pero después de esos cocteles dulces horrendos que nos tomamos, y que nos pusieron a cantar I Will Survive a todo gañote, además de varias canciones de Julieta Venegas, lo más prudente era salvar la noche con el primo Santiago, que estaba coleado en la despedida. Cuando nos montamos en el carro, lo empecé a ver hasta lindo, y además tenía buena conversa.

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“Dime cositas, dime cositas”, le susurraba al oído, pero él nada. Me pedía que le diera un poco de tiempo. “Mi novia me cortó los servicios por falta de pago, como quien dice”, confesó Santiago, ahí medio desnudo en la cama. ¿Cuál tiempo? Tiempo había tenido él en el bar de strippers al que lo arrastré para ver si podía entrevistar a una de las chicas de los batitubos para el artículo este que me pidieron sobre el liderazgo femenino. La muchacha habló conmigo, como para que no me sintiera incómoda, pero a Santiago sí le recitó la cartilla de pe a pa: “Este negocio no funciona sin nosotras. Los clientes vienen y se creen este mundo de magia. Es que nosotras somos más sensibles, y por eso somos fuertes. Cada quién está en el puesto en el que quiere estar, como yo, que tengo mi pareja, pero soy quien manda en la casa. Hay muchas cosas que los hombres ven y se enamoran, se enamoran de la imagen de la chica montada en el tubo. Yo no me voy a sentar a hablar con una persona que me quiera tocar, sino con alguien que esté centrado, que respete mi arte, no con un gafo. El arma simplemente es la fachada. Ustedes de repente ven una mujer muy sexy y se deslumbran solitos, ustedes hacen todo el trabajo, uno sólo les da la imagen, o sea, son más tontos que nosotras”.

La muchacha se llamaba Onix, y aunque ya yo estaba prendida cuando nos sentamos a ver el show, me acuerdo que había otras mujeres viendo los números de las strippers mientras le agarraban el brazo frenéticas a los novios. Onix estaba vestida de policía y ya había bailado, vestida de enfermera o colegiala, alguna canción de Metallica y la infaltable Crazy, de Aerosmith. Me acuerdo también que nos dijo que los coreógrafos de estos lugares siempre son hombres, y que entre ellas se llevan bien, aunque nunca falta el grupito de las que están súper operadas y se creen más que las demás. Hay que verle la cara a pasar al menos cuatro horas haciendo acrobacias en ese tubo, por eso es que se mantienen en forma. Pero además tienen que calarse a las parejas de los tipos, que deciden acompañarlos al bar para ver qué carajo es lo que les gusta de ese mundo, para participar en sus fantasías. Total fue que con Santiago terminé en plan de comprenderlo, porque estaba enrollado, aunque la jevita soy yo. Y se lo dije, le dije que si lo que tenía era una disfunción sexual, que comprara su Sildenafil, o lo que es lo mismo, su Viagra, su Cialis, su Levitra, lo que sea. La noche terminó a medias. Estaba contenta por mi amiga, fastidiada por haberme encontrado un tipo enrollado, enratonada y con un artículo pendiente por escribir. Pero después de todo, ya ni ganas tenía de hacerlo, así que apenas amaneció, llamé a Héctor, mi editor, para que nos viéramos.

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“¿Hola mi amor, cómo estás?”, Me dijo Héctor apenas me vio, con su paciencia inagotable y su tono dulce de palmerita de chocolate. “Se te nota que estás trasnochadita. Cuéntame cómo va el artículo”. No sabía cómo decirle que ya no quería escribir nada para el fulano Plátanoverde, pero al menos tenía que echarle el cuento de lo que había pasado el día anterior. “Mira, lo que pasa es que ya yo hice la tarea: entrevisté a la stripper, hable con mi tía feminista, con la bruja, con la secretaria, y no veo nada nuevo en esto. Ya te conté todo lo que me pasó anoche y tú me dices que está buenísimo, que hay material, pero yo no me lo creo. Yo lo que creo, más bien, es que tú quieres que entreviste a las caras de moda, a esas que se supone que representan la visibilización del liderazgo femenino”.

¿Qué quieres, que entreviste a María Corina, Lina Ron, Carla Angola, Cilia Flores, la fosforito, la profesora Marta y la Gollinger? ¿Qué les voy a preguntar? ¿Que si se leyeron Doña Bárbara, Ifigenia, Hanna Harendt y Virginia Woolf? ¿Qué opinan de Hillary Clinton y Cristina de Kirchner, de Rosa de Luxemburgo? ¿Qué van a hacer por los niños pobres y la paz mundial? Yo lo que creo es que tú estás soñando que ahora Norkis Batista no sólo está buena, sino que es una luchadora social. Tú quieres que yo encuentre en las mesas técnicas de agua a una líder comunitaria que sea como Frida Kahlo, pero recién salida de la peluquería. Tú quieres que encuentre el poder de la pantaleta.

Perdóname si exagero, Héctor, pero es que amanecí sensible y todo esto me parece absurdo, además estoy enratonada. Coño, tú dices que ustedes los hombres se las ven difíciles porque ahora tienen que estar pendientes de que las mujeres no les montemos cachos, además tienen que ser cariñosos pero firmes, proveedores pero no machistas, con sentido del humor y además buenos amantes, darnos un masajito cuando llegamos estresadas del trabajo. Pero imagínate lo que nos toca a nosotras, tenemos que ser un híbrido entre una madonna de Miguel Ángel, y la Madonna de Like a Virgin.

En fin, ya me puse ladilla con esta lloradera, como La Lupe pues, según tu punto de vista, yo soy la mala. Mira, dile a los tipos estos de Plátanoverde que si quieren yo escribo otro artículo, porque esto yo no lo veo viable. Después de todo, a mí lo único que se me ocurre es que alguna genio por ahí decidió releer a Maquiavelo, y se le metió en la cabeza que ahora, como dice en El Príncipe, es mejor ser temidas que amadas. Eso sí, me quedaron claros los consejos de El Mensajero de las Damas, y una cosa más. Una cosa que sólo un viejo de setenta años, con un trago de wihsky en frente, y para colmo poeta, me dijo -palabras más palabras menos- hace ya unos años: “Las mujeres pueden fingir un orgasmo, nosotros no. Nosotros nos entregamos, nos derramamos en ellas, pero ellas son las que tienen la misión de concebir. Las mujeres son un misterio para los hombres, pero todos los hombres venimos de una mujer. Venimos de allí, y allí queremos volver, llenar ese lugar de donde salimos”.

K.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo único que no entendí es que, de alguna manera, concluyes en que el verdadero poder femenino es usar el sexo (la buceada de los obreros, la secretaria con el jefe, etc.) para manipular a los hombres.

¿Entendí bien?

Kaury Ramos dijo...

Bueno, es una interpretación válida. No se trata de "entender", cada quien que interprete lo que quiera... Ahora, mi opinión personal es otra: creo que el "verdadero poder femenino" es una abstracción. Cada mujer ejerce su "poder" de la manera que quiere o que puede.
Saludos!
K.

Anónimo dijo...

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