viernes, 26 de octubre de 2007

Pantelicas para Platanoverde

Aquí va una crónica sobre el poder femenino... la pueden encontrar también en la última Plátanoverde, que está de lujo. Como para leerla de principio a fin.

Del Mensajero de las damas a la noche de las pantaleticas

Cómo camina una mujer que recién ha hecho el amor
En qué piensa una mujer que recién ha hecho el amor
Cómo ve el rostro de los demás y los demás cómo ven el rostro de ella
De qué color es la piel de una mujer que recién ha hecho el amor
Oficio puro
Víctor Valera Mora

No concibo la tarde del sábado sentada en el pretil de la ventana, mirando pasar la vida a través de los barrotes, encuadrando el aburrimiento en ese marco que desde afuera apenas revela a una joven dócil, pudorosa y casta. Un cuerpo en plano medio, que no muestra sus medidas ni sus apetitos, que sigue al pie de la letra los preceptos del deber ser religioso, de la mujer madre y esposa, en fin, un dechado de virtudes. Hubiera sido tal vez lectora disciplinada de ese edificante semanario larense llamado El Mensajero de las Damas, donde alguna vez pude haber aprendido este sabio consejo para satisfacer a los esposos: “Busca aquellas ocupaciones que más agradables le sean y que más importancia y valor te den a sus ojos, prefiriendo a todas el gobierno doméstico, que es el verdadero imperio de la mujer” .

Pero mi imperio se gesta, más bien, enmarcado en bombillos que imitan el camerino de una actriz y que iluminan un espejo. Allí se reflejan, inclementes, a manera de barrotes, cada una de las imperfecciones del cuerpo. Detrás está el mundo, la imagen del templo femenino por excelencia, el salón de belleza: corta aquí, seca allá, tiñe raíces, disfraza rostros, disimula el juanete, embellece las manos, ponle pequeñas y dulces garras acrílicas, estiliza muslos y caderas, arranca sin piedad los vellos de un solo tirón.

El calor no se puede soportar cuando veinte secadores funcionan al mismo tiempo en unos pocos metros cuadrados sin aire acondicionado. Pero no hay alternativa, el manual de la mujer poderosa dice que, así sea en una de estas peluquerías populares, para ganar la batalla hay que estar -o al menos sentirse- irresistible. Eso lo sabe bien Teolinda, la sultana de la peluquería, una abanderada furibunda de la democratización de la belleza femenina: “Eso era antes, que solamente las actrices podían ir a la peluquería, ahora no, ya nosotras mismas sabemos cómo es la cosa, aquí nos ganamos unos reales y todas pueden venir”, me dice, mientras estira una melena imposible, y le saca musculatura a sus brazos negros y macizos. Qué extraño, aquí no hay ni un solo “estilista”, pero el dueño de la franquicia debe ser uno de esos, un tal Carmelo.

Me dejo de reflexiones, no vaya a ser que se me note en la cara que me creo inteligente y espante algún levante interesante. Salgo rápido de la peluquería, estoy muy apurada y a los tacones se les salió una tapita. Coño, siempre cargo unas cholitas en el carro por si se me ocurre hacerme el pedicure, pero justo hoy se me olvidaron. Camino al sol tratando de concentrarme en no sudar, y paso frente a una construcción. Ese gremio obrero sí que es fiel, siempre te gritan piropos que te levantan la autoestima cuando tienes un barro en la cara y te sientes la más fea del salón. “Mami ¿No te dolió… Cuando te caíste del cielo?”. Hasta ahí la cosa va muy bien, pero cuando empiezan con lo de “Mami, dime quién es tu ginecólogo para…”, sudo como en la clase de spinning, pero de la arrechera. Si no son tan grandes, o tienen cara de estúpidos, les devuelvo el piropo con un insulto, pero hoy no tengo tiempo. Tengo que verme con mi tía Gabriela, después ir a la despedida de soltera de Anita y luego quién sabe. Por eso es que el secado de pelo tiene que resistir baile, chismes y revolcones de todo tipo, hasta sentimentales.

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Hoy no estoy de humor para escuchar a mi tía Gabriela, aunque sé que en el fondo siempre lo disfruto. Me encanta que me eche el cuento de sus amigas feministas de los setenta, que se lanzaron al teatro La Campiña a sabotear el Miss Venezuela, porque las mujeres no podían ser tratadas como objetos sexuales. Pobrecita María Antonieta Cámpoli, con esa ilusión que tenía, se puso nerviosísima. Menos mal que al final la cosa se compuso, y ella ganó. Pero qué ironía, si por mala suerte las feministas hubieran logrado eliminar a Osmel Sousa y su imperio, no habríamos visto a Irene Sáez jugando a la Barbie en un municipio donde no se sabía muy bien si era la madrina o la alcaldesa; o tratando de ganarle sobrada las elecciones presidenciales a un militar. “Pero mira donde terminó Irene después, en su casa, con su esposito y sus niños”, me suelta la tía Gabriela.

“Es que las cosas no son así. Hay una deuda histórica con las mujeres. La sociedad apenas empieza a cambiar, hay rostros femeninos por todos lados, aunque cuando no están en las noticias, los culos los muestran en las vallas de cerveza. Es que es muy difícil cambiar el sistema de poder más antiguo de la humanidad, o sea, el patriarcado. Y tú me dirás que la presidenta de la Asamblea Nacional es mujer, y que hay ministras mujeres, y que en la CANTV y Movilnet pusieron mujeres, y que las periodistas famosas son todas mujeres, pero revisa si hay una sola mujer en la junta directiva de PDVSA. Tú lo sabes, lo viste en la universidad, seguro que un montón de niñas estudiaron Derecho, se graduaron, y ve a ver cuál es la proporción en los tribunales”, me dice mi tía preferida. Yo mientras tanto me acomodo la falda, y pienso qué pasaría si yo fuera ingeniera civil y tuviera que ponerle orden a los obreros que me acaban de bucear en la esquina.

“Pero bueno tía, es que todo este cuento de las leyes que favorecen a las mujeres, del Código Civil y la igualdad de condiciones en la sociedad conyugal a mí no me dan ni frío ni calor, porque yo siempre he hecho lo que me ha dado la gana”, le respondo, como para ir cortando y salir rápido a la fiesta. “¿Ahh, tú ves?, es que de eso no hace mucho, eso fue hace poquitico, en los ochenta, en los noventa. Es que hay hasta una ley de paridad para los cargos públicos que no se aplica, porque a una diputada le pareció que era injusto para los hombres. Es que nosotras mismas estamos confundidas. Menos mal que ahora por lo menos se reconoce el trabajo doméstico y hay una que otra gerente en la empresa privada, eso sí, tienen que ser más arrechas que los hombres, y andar todo el día de punta en blanco. Yo te digo, aquí hay que buscarse estrategias de resistencia. ¿Te vas a ir? ¿Quién es la que se casa? ¿Sucumbió al novio ese que tenía? Bueno, está bien, vete y deja de andar viendo esa pendejada de Sex and the City. Vete, vete. Sí, sí, estás linda, no se te notan los cañones en las piernas”.

Sí, definitivamente me gusta escuchar eso de las estrategias de resistencia. Estrategia de resistencia fue la que aplicó la Tatis cuando la dejó el novio y se puso 500 cc en cada teta, o el puchero ese infalible que le hace la Caro al jefe, para que le lance las reuniones aburridas al otro tipo que trabaja en la oficina. Pero la mejor fue la de la huelga de piernas cruzadas: resulta que a las novias de unos pandilleros colombianos de Pereira se les ocurrió que si les aplicaban la abstinencia por una semana, a lo mejor ellos recapacitaban y se dejaban de tanta violencia. Otra buena es la de dirigirse a todos los seres vivos anteponiendo la frase “mi amor”, esa hay que aplicársela, sobre todo, a las secretarias. Lástima que Kathy no ha aprendido que la estrategia de dárselas de arrecha con la peluquera, y vivir peleando con ella, atenta peligrosamente contra su imagen.

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Comenzó la tarde de pantaleticas. Me encanta, puras jevas hablando duro y sin pena, de vez cuando cae bien, sobre todo después de la descarga de conciencia femenina que me acabo de echar. “¡Amigaaa! ¡Holaaa! ¡Maricaaa! ¡Que bellaaa! ¿Ya está todo listo? ¿Viene la chama del Tarot? ¡Consulta colectivaaa! Buenísimooo, así de una vez nos actualizamos con todos los cuentooos. Yo te dije que lo que está de moda es llevar un sexólogo a las despedidas de solteras, y bueno, no conseguí los strippers, pero vamos bien con lo esotérico. Mira, te traje un regalito. Uno es un consejito que leí en un periódico de mil ochocientos y pico –como decir la Vanidades de la época, pues- y dice: “Tus atenciones con él deben ser continuas, mas no inoportunas; afectuosas, más no afectadas”. Ahhh, ¿qué taaal? Mentiraaaa, lo que te traje fue… ¡Un vibrador ro-saaa-dooo!”.

La cosa se volvió un despelote después de que Ale nos leyó las cartas –y no era la primera vez, porque desde que conseguimos nuestra “bruja chic”, toda tatuada, vamos siempre a consultarnos-. Todas nos emborrachamos para olvidarnos de los cachos que nos están montando, de los viajes fallidos, del hombre moreno que no nos va a parar bola nunca, pero sobre todo del tema de la infidelidad. Ale nos decía: “En esta fiesta hay más mujeres que hombres, porque cuando les echo las cartas les salen de a tres a cada una. Ahora las mujeres son las que montan cachos vale, qué impresión. Todas se ponen a llorar cuando les digo que el hombrecito ese no es el tipo, pero se secan las lágrimas y se les dibuja una sonrisota cuando me empiezan a preguntar por el que les veo venir. Qué vaina, los sacerdotes, los místicos, los shamanes, los magos, todos son hombres, pero al final, ¿quién es la que descubre las verdades ocultas? la Suma Sacerdotisa. Nos tienen jodidas con ese cuento de que si nos viene la regla no podemos hacer ningún ritual. ¿No lo voy a saber yo, que he sido policía de tránsito, modelo, masajista y mil cosas más? Al final es la misma vaina siempre, si no es un hombre el que te quiere agarrar el culo, es una mujer. ¡Salud!”.

Después vinieron las confesiones de la secretaria de la agencia donde trabaja Anita, que siempre vemos tan seria haciéndole guardia como un bull dog a la oficina del presidente. La mujer nos confesó que si a ella no le cae bien alguien, no pasa a ver al jefe jamás. Es que esa relación yo nunca la he entendido, es una cosa enferma, ella hace todo lo que el jefe no quiere hacer, y termina mandando más que él. Es como la muchacha que trabaja en la casa de mi amiga Lori, que iba todos los días y decidía qué se comía, con qué jabón se lavaba, cuál era la lista del mercado y a qué hora hacían la tarea los muchachitos. O sea, Lori era como un cero a la izquierda en su casa. Pero un buen día, el marido de la muchacha se levantó con los celos alborotados y no la dejó trabajar más. Ni en casa de Lori, ni en mi casa, ni en casa de la mamá de Anita. Y a eso sí lo llamaría yo un verdadero plan de desestabilización, fue peor que el terrorismo financiero.

Tan bella mi Anita, a punto de casarse y ahí vomitando en la poceta cuando apenas empieza la noche. Esa sí que se gozó la vida en Europa, sin necesidad de casarse con un bobo de estos que vienen aquí a buscar mujeres exóticas. Me decía que me fuera de rumba con el primo de la Tatis, y yo le hice caso. Ya él me había coqueteado una noche, y yo le había seguido la cuerda, más por cortesía que por gusto. Pero después de esos cocteles dulces horrendos que nos tomamos, y que nos pusieron a cantar I Will Survive a todo gañote, además de varias canciones de Julieta Venegas, lo más prudente era salvar la noche con el primo Santiago, que estaba coleado en la despedida. Cuando nos montamos en el carro, lo empecé a ver hasta lindo, y además tenía buena conversa.

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“Dime cositas, dime cositas”, le susurraba al oído, pero él nada. Me pedía que le diera un poco de tiempo. “Mi novia me cortó los servicios por falta de pago, como quien dice”, confesó Santiago, ahí medio desnudo en la cama. ¿Cuál tiempo? Tiempo había tenido él en el bar de strippers al que lo arrastré para ver si podía entrevistar a una de las chicas de los batitubos para el artículo este que me pidieron sobre el liderazgo femenino. La muchacha habló conmigo, como para que no me sintiera incómoda, pero a Santiago sí le recitó la cartilla de pe a pa: “Este negocio no funciona sin nosotras. Los clientes vienen y se creen este mundo de magia. Es que nosotras somos más sensibles, y por eso somos fuertes. Cada quién está en el puesto en el que quiere estar, como yo, que tengo mi pareja, pero soy quien manda en la casa. Hay muchas cosas que los hombres ven y se enamoran, se enamoran de la imagen de la chica montada en el tubo. Yo no me voy a sentar a hablar con una persona que me quiera tocar, sino con alguien que esté centrado, que respete mi arte, no con un gafo. El arma simplemente es la fachada. Ustedes de repente ven una mujer muy sexy y se deslumbran solitos, ustedes hacen todo el trabajo, uno sólo les da la imagen, o sea, son más tontos que nosotras”.

La muchacha se llamaba Onix, y aunque ya yo estaba prendida cuando nos sentamos a ver el show, me acuerdo que había otras mujeres viendo los números de las strippers mientras le agarraban el brazo frenéticas a los novios. Onix estaba vestida de policía y ya había bailado, vestida de enfermera o colegiala, alguna canción de Metallica y la infaltable Crazy, de Aerosmith. Me acuerdo también que nos dijo que los coreógrafos de estos lugares siempre son hombres, y que entre ellas se llevan bien, aunque nunca falta el grupito de las que están súper operadas y se creen más que las demás. Hay que verle la cara a pasar al menos cuatro horas haciendo acrobacias en ese tubo, por eso es que se mantienen en forma. Pero además tienen que calarse a las parejas de los tipos, que deciden acompañarlos al bar para ver qué carajo es lo que les gusta de ese mundo, para participar en sus fantasías. Total fue que con Santiago terminé en plan de comprenderlo, porque estaba enrollado, aunque la jevita soy yo. Y se lo dije, le dije que si lo que tenía era una disfunción sexual, que comprara su Sildenafil, o lo que es lo mismo, su Viagra, su Cialis, su Levitra, lo que sea. La noche terminó a medias. Estaba contenta por mi amiga, fastidiada por haberme encontrado un tipo enrollado, enratonada y con un artículo pendiente por escribir. Pero después de todo, ya ni ganas tenía de hacerlo, así que apenas amaneció, llamé a Héctor, mi editor, para que nos viéramos.

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“¿Hola mi amor, cómo estás?”, Me dijo Héctor apenas me vio, con su paciencia inagotable y su tono dulce de palmerita de chocolate. “Se te nota que estás trasnochadita. Cuéntame cómo va el artículo”. No sabía cómo decirle que ya no quería escribir nada para el fulano Plátanoverde, pero al menos tenía que echarle el cuento de lo que había pasado el día anterior. “Mira, lo que pasa es que ya yo hice la tarea: entrevisté a la stripper, hable con mi tía feminista, con la bruja, con la secretaria, y no veo nada nuevo en esto. Ya te conté todo lo que me pasó anoche y tú me dices que está buenísimo, que hay material, pero yo no me lo creo. Yo lo que creo, más bien, es que tú quieres que entreviste a las caras de moda, a esas que se supone que representan la visibilización del liderazgo femenino”.

¿Qué quieres, que entreviste a María Corina, Lina Ron, Carla Angola, Cilia Flores, la fosforito, la profesora Marta y la Gollinger? ¿Qué les voy a preguntar? ¿Que si se leyeron Doña Bárbara, Ifigenia, Hanna Harendt y Virginia Woolf? ¿Qué opinan de Hillary Clinton y Cristina de Kirchner, de Rosa de Luxemburgo? ¿Qué van a hacer por los niños pobres y la paz mundial? Yo lo que creo es que tú estás soñando que ahora Norkis Batista no sólo está buena, sino que es una luchadora social. Tú quieres que yo encuentre en las mesas técnicas de agua a una líder comunitaria que sea como Frida Kahlo, pero recién salida de la peluquería. Tú quieres que encuentre el poder de la pantaleta.

Perdóname si exagero, Héctor, pero es que amanecí sensible y todo esto me parece absurdo, además estoy enratonada. Coño, tú dices que ustedes los hombres se las ven difíciles porque ahora tienen que estar pendientes de que las mujeres no les montemos cachos, además tienen que ser cariñosos pero firmes, proveedores pero no machistas, con sentido del humor y además buenos amantes, darnos un masajito cuando llegamos estresadas del trabajo. Pero imagínate lo que nos toca a nosotras, tenemos que ser un híbrido entre una madonna de Miguel Ángel, y la Madonna de Like a Virgin.

En fin, ya me puse ladilla con esta lloradera, como La Lupe pues, según tu punto de vista, yo soy la mala. Mira, dile a los tipos estos de Plátanoverde que si quieren yo escribo otro artículo, porque esto yo no lo veo viable. Después de todo, a mí lo único que se me ocurre es que alguna genio por ahí decidió releer a Maquiavelo, y se le metió en la cabeza que ahora, como dice en El Príncipe, es mejor ser temidas que amadas. Eso sí, me quedaron claros los consejos de El Mensajero de las Damas, y una cosa más. Una cosa que sólo un viejo de setenta años, con un trago de wihsky en frente, y para colmo poeta, me dijo -palabras más palabras menos- hace ya unos años: “Las mujeres pueden fingir un orgasmo, nosotros no. Nosotros nos entregamos, nos derramamos en ellas, pero ellas son las que tienen la misión de concebir. Las mujeres son un misterio para los hombres, pero todos los hombres venimos de una mujer. Venimos de allí, y allí queremos volver, llenar ese lugar de donde salimos”.

K.

martes, 14 de agosto de 2007

Volvi

Qué desorden, qué caos. Pasé meses sin actualizar este arroz con mango, y justo hoy se me ocurre colgar los textos acumulados durante esos meses y durante algunos años. Así que la indigestión puede ser peligrosa. Por eso ordené la cosa por categorías, aquí a la derecha, para que cada quien lea lo que más le plazca. Aquí están algunos de los textos que he plubicado últimamente en medios, varias croniquillas, unos intentos literarios que al fin me decidí a mostrar, mini articulos de opinión, y la sección de la banda sonora de mi vida, que está en permanente construcción y de la que apenas he rescatado tres canciones. Para el iPod les dejo un link de youtube, de un grupito con el que me topé por casualidad,

http://www.youtube.com/watch?v=jV1bRfLHA3A

Espiritu Santo

Pague y pare de sufrir


“El Negro. Matrimonio, suerte, espiritismo, amarre, separación, dominio desespero 24 horas, cancele después”. Por 6.000 pesos este aviso aparece cada día en la página 7C del diario El Universal. Cuesta 180.000 al mes, y sumando 120.000 del alquiler se obtiene un total de 300.000. Es lo que invierte Antonio Daza en su negocio. Atiende -en un día normal- dos clientes, cada uno paga 10.000 pesos por la lectura del Tarot; suman 600.000 cada 30 días.

Basta una llamada telefónica para conseguir la cita a las 11:30 de la mañana en el barrio 5 de Noviembre. Veinticinco minutos en taxi lo separan del centro de la ciudad. En una casa humilde, a pocos metros del centro comercial La Castellana, se puede conocer qué depara el futuro. Una mujer, que podría ser un alma en pena por su contextura, recibe a los clientes. En pocos minutos Antonio se asoma a la puerta de un cuarto mínimo, y con los ojos muy abiertos informa que pronto estará todo listo para la sesión.

Antonio atiende a los clientes entre cuatro paredes blancas. Nada de imágenes, altares u ofrendas. Sólo hay un ventiladorcito que gira frenéticamente en las paredes. La ventana está tapada por una sábana y constantemente pasa gente a la que no parece interesarle lo trascendental de cada sesión, tienen la misma indiferencia de Antonio en el rostro. El adivinador no tiene señas particulares: es moreno, de ojos verdes y se viste como un tipo cualquiera, con camisa verde a cuadros y jeans, sin collares ni aretes.

Se sienta tras su escritorio rojo y explica: “lo primero es leer el Tarot, si tienes alguna pregunta la puedes hacer, y después decidiremos si hay que hacer un “trabajo” de otro tipo. Por el momento serán 10.000 pesos”. Después de anotar la fecha de nacimiento del cliente, que parte el mazo en tres, comienza la sesión. No hay invocaciones ni formas rituales. “Por su futuro, su porvenir y lo que ha de venir”, dice, y de inmediato echa la primera carta. “Eres perseverante, te favorece ser independiente”, y continua mientras la fuerza, el loco y la rueda de la fortuna apuntan hacia el techo de zinc: “tu salud está estable, no tienes suerte para el juego, ojo con una pareja que te propondrá un mal negocio, hay una mujer mayor pendiente de ti, debe ser tu mamá”. Los arcanos mayores del tarot deben sentir el mismo calor y agotamiento que se ve en la cara de Antonio. Están aburridos de las sorpresas, prefieren hablar de generalidades que saben de memoria. Después de 15 minutos hay siete filas de cuatro cartas cuidadosamente ordenadas y se supone que todas las dudas están disipadas: “tu suerte no tiene trabas, no hay ningún maleficio sobre ti”.

Antonio estudia psicología y su único sustento es el oficio de adivinador. Trata de no mezclar la ciencia con el mundo al que llama “espiritual”, pero no niega que pone en práctica lo que ha aprendido en la universidad. “Cuando viene un cliente muy angustiado trato de ayudarlo en el aspecto psicológico y luego voy a lo espiritual”, afirma. No quiere que sus compañeros y profesores sepan cómo se gana la vida porque teme que le pierdan el respeto. Pero mientras termina la carrera, podría llegar a cobrar más de un millón de pesos por un “trabajo”. “Mi tarifa depende de la dificultad del trabajo, pero sobre todo de las posibilidades del cliente. Cuando me doy cuenta que alguien está muy urgido puedo hacerlo sin cobrar casi nada”, cuenta Antonio.

Si tuviera que referirse a un maestro, nombraría a su hermana: la Cacica María. El oficio viene de familia: de diez hermanos, seis lo practican. Pero cada uno atiende públicos diferentes. Quienes anuncian en el periódico reciben todo tipo de clientes, mientras que los que anuncian en la radio atienden personas de estratos más bajos. En ambos casos afirman que 90% de los clientes son mujeres, “son las que están más golpeadas por los problemas sentimentales”, dice sin dudas. Cuenta que debe haber por lo menos 20 adivinadores profesionales en Cartagena. Llama profesional a todo aquel que anuncie en radio o prensa.

La utilidad neta de 300.000 pesos mensuales puede aumentar si algún cliente desea separar al ser amado de otra persona o atrapar a la pareja ideal. “Para hacer un trabajo así tengo que analizar la relación, si no se conocen será demasiado difícil que lleguen a casarse. Si la persona es viable entonces acudo a la santería: invoco al Negro Felipe o a María Lionza, o al espíritu de alguien", explica convencido de su don paranormal, pero no niega que existen los “trabajos” imposibles.

La sesión termina y Antonio se monta en su moto. Llega a la avenida Daniel Lemaitre y pasa frente a la Iglesia de la Oración Fuerte al Espíritu Santo. Las puertas están abiertas para quienes fracasaron en las invocaciones paganas. Un volante cae en manos de algún transeúnte que se acerca curioso a la puerta del antiguo Teatro Cinerama. El local resalta por su blancura y pulcritud en medio de una calle atiborrada de vendedores ambulantes, fruta, champeta y mal olor. No importa si la persona (ya no cliente) está pasando por “situaciones difíciles tales como desempleo, enfermedades, vicios, peleas, desamor, fracasos familiares”. Según el papel, el plato fuerte para esta semana será la “gran distribución del aceite santo de Israel”. Si queda alguna duda de la efectividad de aceite, se aclara con testimonios impresos: “Mi nombre es María de la Ossa. Los médicos detectaron cáncer en mi matriz. Recibí la unción del aceite santo de Israel en el nombre de Jesús, y recibí mi sanidad total. Ya no sufro más”.

A las 7:00 de la noche está programado el próximo servicio. En el lugar que antes fue una sala de cine para 300 personas, se mantienen las butacas desgastadas, pero ya no hay alfombra ni pantalla, en su lugar se levanta una pequeña tarima y al fondo se lee “Jesucristo es el señor” en letras rojas. Un podio domina las escena y a los lados un equipo de sonido y una mesa. Poco a poco se llenan las primeras filas, cada persona que llega se acerca a la tarima y coloca en el suelo la fotografía de los familiares por los que rezarán hoy. Las música de fondo podría provenir de una emisora de radio cualquiera, solo que las letras de las canciones parecen construirse con base en una sola palabra: Jesús.

Los asistentes leen la Biblia mientras esperan, pero no se ven crucifijos ni imágenes por ningún lado. El “pastor” conversa aparte con una señora canosa con rostro de preocupación. Termina la charla y se percata de la presencia de dos personas ajenas al resto del grupo. Mira inquisidor, se acerca y pregunta “¿Usted tiene una libreta? ¿Por qué está anotando?”. Revisa los apuntes y deja la santidad a un lado para enfurecerse. “¡Eso no está permitido, este es un lugar público si usted viene a participar, pero si viene a investigar se convierte en privado!”. El pastor tiene acento brasileño, pero a medida que la discusión se acalora se le ven las costuras lingüísticas, cada vez le cuesta más controlar su ira, lo que deja en evidencia su lengua materna: el castellano costeño.

Para efectos de la discusión no tiene nombre, simplemente es un negro, encorbatado, de 1,80 metros y fornido. Pregunta por el grabador, comprueba que no está prendido, pero ya no hay vuelta atrás. Se siente “burlado”, “irrespetado”. A pesar de la promesa de no anotar ni grabar, continúa perdiendo la paciencia. No concibe que alguien presencie la ceremonia sin haber pasado por el proceso de sugestión y autoconvencimiento que la Iglesia de la Oración Fuerte al Espíritu Santo se encarga de transmitir a través de cualquier medio. Quieren convencer a los desesperados.

“Si ustedes estuvieran sufriendo no vendrían aquí a anotar ni a grabar nada. La gente que viene como ustedes lo hace para hacernos daño. Además, les invito a que salgan por la misma puerta que entraron”. Ante la poca sumisión decide no esperar la justicia divina, así que pide a uno de sus “colegas” que llame a la policía. Ya la discusión retumba en estéreo por toda la sala, los asistentes ni se atreven a mirar. Con el mismo fervor con el que invita a los fieles a entregar más de la mitad de su salario, el ministro dice: “yo soy pastor, pero también soy un hombre, y te puedo dar de coñazos”.

Ya en la calle y aclarada la intención periodística de la visita, los agentes de la Policía Metropolitana –que llegaron en menos de cinco minutos- estaban perplejos. El pastor continuó discutiendo: “Ustedes creen que yo tengo algo que ocultar, pero yo no tengo nada que ocultar”. Se le pregunta: “¿Por qué no podemos entrar entonces?”, contesta enfurecido: “Porque ya no quiero”.

El año pasado la policía no llegó a tiempo. En la sede de la Oración Fuerte al Espíritu Santo en Caracas, el pastor principal fue asesinado. Los delincuentes cargaron con más de 600.000 dólares en efectivo (en moneda local), que es lo que dejan los diezmos de una semana de milagros.

K.

Maricatalina

La vía más libre de Cartagena

“Querida amiguita, te invitamos a votar, recuerda que faltan pocos días para la elección”, dice el único letrero en la antesala de la discoteca. Es que el próximo 18 de agosto se entregarán los premios India Maricatalina. Adentro hace menos calor que fuera, pero todos sudan más, transpiran sensualidad. Un hombre alto y viril, con casco amarillo de obrero se acera, sonríe, saluda; luego comprendo que me ofrece algo de tomar. No sé la hora pero ya la noche comenzó. Estoy en Vía Libre.

El taxista que me llevó dijo, sin dudarlo, que “de ese tipo, es la discoteca más antigua de Cartagena”. Al frente está el Cerro la Popa y nos detenemos en el número 19A-18 de la avenida Pedro Heredia. Pagué 10.000 pesos para entrar, 5.000 de ellos consumibles. Tras la barra, franqueada por cuatro paneles de acrílico iluminados en naranja y verde, está José Ramos. Todos le dicen “Jóse”, y recibe un trato especial por aquellos que lo consideran una institución en el ambiente. Probablemente ser el dueño de la discoteca gay tradicional de la ciudad lo ha hecho merecedor de ello. Viste una camisa naranja y sus medidas lo distinguen de los barmans, también sus canas hacen la diferencia entre los chicos coquetos y el señor afable.

Todos en la disco viven como propia la última victoria de Jóse, y hablan de ello con orgullo. Vía Libre fue expulsada de las murallas de Cartagena por estar en un local cercano a un liceo, y después de un pleito legal de más de un año, Jóse me dice complacido, pero sin apasionarse, “ganamos, pronto volvemos al centro”. Seguramente la entrega de los Maricatalina será allá.

Las inhibiciones se disuelven en el humo cuando me asomo desde el discplay, separado de la pista por 10 escalones que aguantan baile, besos, caricias y más. Arriba Marcelo, micrófono en mano, anuncia que el performance está a punto de comenzar. Le pregunto si hay muchos homosexuales en Catagena: “hay demasiados, pero son bacanos” dice, y contraataca: “¿Tu eres gay?”, y ante mi negativa no tiene reparos en decirme “soy hetero y quiero tener una aventura contigo”.

Abajo una pequeña tarima soporta el peso de Rodrigo, Alberto y Carlos. Están listos para comenzar la función vestidos con prendas que parecen robadas del closet de alguna tía solterona. Son el trío perfecto: la rubia, la morena y la pelirroja, todas con pelo en el pecho. La rubia, muy desenvuelta a pesar de lo descuidado de su peluca, abre el show con la mímica de una pieza interpretada por Monserrat Caballé. Fueron quince minutos de lluvia de papelillo, paños menores, chistes de “locas” y las peores canciones de Pulina Rubio, cerrando, como era de esperarse, con “Ese hombre es mío”. Puedo tocar la bola de espejos desde donde estoy, pero prefiero lanzarme a los jeans ajustados, las camisetas ceñidas y los colores del arcoiris, símbolo del orgullo gay.

Abajo todo se menea: negros, negras, rubios, rubias, gafas oscuras, canas, senos, piernas, nalgas y manos, muchas manos. Me da la impresión de que en un sitio heterosexual nunca habría podido ver tantas personas besándose al mismo tiempo. Todo al ritmo del techno. El discjockey acelera cualquier tema que le pase por las manos, de repente todos saltan con “Pequeña y frágil” de Saú, o con alguna imitación barata de Eurythmics y sus “Sweet dreams”. Pero si había alguien bailando sin pareja, tuvo que sentarse, porque cuando empezó el ritmo tropical se impuso la ley del apretadito.

La puerta del baño es transparente. A la derecha están los orinales y a la izquierda una poceta privada. Huele a eucalipto y el ambiente está húmedo. Un rubio perfectamente afeitado le pide a su compañero que no deje de besarlo mientras orina, están pasándola de lo mejor. No son los únicos, todos parecen estar relajados, contentos. La señora que cuida el baño también lo está, me pregunta por mi novia y le digo que no tengo. Se disculpa por haberme ofendido y acto seguido le aclaro que no me ofende en lo absoluto. “Así es la gente que viene a Vía Libre, no se complica y es feliz”, contesta la morena delgada que todos los jueves, viernes y sábados reparte el papel higiénico.

Pago 5000 pesos por un ron con Sprite, y ya me muevo a mis anchas por los 30 x 70 metros del local. Tengo los ojos entrecerrados y las luces titilan. Desde arriba un reflector me sigue a donde me muevo, es Marcelo (el animador hetero) que trata de intimidarme con el haz de luz. Pero resulta útil para mis acompañantes: sólo buscan la luz y me encuentran. De hecho, fue más útil aún cuando uno de ellos, sin quererlo, fue abordado por una camiseta roja y ajustada y unos ojos verdes con mirada desesperada.

Miguel quería mucho más que baile con mi acompañante y tuve que aclarar la situación. Comenzamos a conversar, contó que vive en Sincelejo y que viene cada dos semanas a rumbear a Cartagena. Es arquitecto y trabaja en la construcción de viviendas de interés social para refugiados. Su relación con Angel está pasando por un mal momento, por eso, a pesar de que fueron juntos a bailar, está buscando a alguien más. Insiste en que le gusta mi amigo y pide que nos besemos para comprobar que no somos gay. Con sus ojos verdes y grandes me dice emocionado que fue postulado a la India Maricatalina como el más regio. “Imagínate que hay una categoría que se llama ‘miss capa de ozono’, se la dan al que el agujero se le pone cada vez más grande”, y lanza una carcajada estruendosa.

Gustavo no ha bailado en toda la noche a pesar de su perfil perfecto, cuerpo escultural y 24 años. Estudia publicidad y se siente un tipo con suerte, “mi familia me acepta, mis mejores amigos también saben que soy homosexual, aunque no se lo cuento a todo el mundo”. Su última relación terminó hace poco, ya no está con Jóse, tal vez por eso le incomoda bajar a la barra. No duda en afirmar que la comunidad gay de Cartagena es grande, pero se lamenta de que el machismo influya en el comportamiento de muchos. “Se ve mucha bisexualidad porque hay quienes, para evitar la presión social (esta ciudad es pequeña y todo se sabe), mantienen relaciones con hombres y mujeres”, también comenta que esa noche hay más mujeres homosexuales que en ninguna otra.

La música para bruscamente, las luces se encienden, y los ojos verdes de Miguel ya no son verdes. Fusil en mano entran cinco agentes de la policía Metropolitana. Jóse me invita a pasar detrás de la barra y las mujeres guardan sus carteras allí. “Es que la toma de posesión de Alvaro Uribe es el miércoles y han soltado los perros”, dice mi acompañante. Jóse saluda al comandante como a un viejo amigo, va a la caja y pide efectivo. Charlan mientras los policías piden identificaciones. La rubia del performance, ahora transformada en un hombre con camiseta de Superman, no se inhibe con la presencia policial. Se sienta sobre la barra y comienza a cantar de nuevo la pieza de Monserrat Caballé. “Se llama ‘la felicidad’, y pase lo que pase hay que seguir cantándola”. Pregunto si es usual que esto ocurra, Jóse me contesta que no, “lo que pasa es que este comandante es nuevo y quiere pasar revista a todos los locales para cuadrar el sueldo”, dice, confiado en que pronto llegarán a un acuerdo de convivencia.

Sigo sin saber la hora, y de vuelta a casa mi otro acompañante hace sólo un comentario: “En este ambiente hay igual o más discriminación que afuera. Los lugares se dividen según el auto del que te bajes al llegar; pero en Vía Libre no pasa eso, es una disco clásica y popular al mismo tiempo, no es plástica”.

A las 2:00 de la tarde me despierto y llamo a Jóse. Con la misma tranquilidad de la noche anterior, acepta mi invitación a conversar. A las 9:00 pasará por el hotel y lo entrevistaré para hacer un reportaje.
K.

Banda sonora I

Estas son tres canciones del soundtrack de la primera infancia. Vienen en LP o casete, con el ruido típico de los picós, o de la cinta en los cabezales.

Oh que será
Willie Colón

Mi mamá tenía una lámpara preciosa en la casa. Era redonda y de papel, de esas que hay en los apartamentos pequeños de la gente que lee y hace fiestas. En las noches, antes de dormir, me imaginaba que esa lámpara era la luna. Una luna gigante y colgada con un cable largo, que dejaba que la viera si me asomaba por la rendija de la puerta del cuarto. Bajo el haz de luz amarilla había un disco de pasta, con su cubierta grandota de cartón, en la que aparecían un montón de niños de todas las razas en pañales. Mi mamá prendía la planta y ponía música, no sé si era precisamente de ese disco o de un casete grabado por alguno de sus amigos de la escuela de letras. Comenzaba el tema en technicolor y mamá intentaba cantarlo completo. Yo la escuchaba, la miraba, pensaba en lo bonita que se veía cuando se pintaba la boca con el labial que yo le había dañado por tratar de usarlo a escondidas. Me asustaba cuando me regañaba por esas cosas, y también cuando la canción hablaba de los fantasmas. No entiendía por qué alguien se hace una pregunta tan simple como esa: "¿Qué será?". Antes de que terminara la canción, le pregunté: "¿Mami, qué es?". No recuerdo con precisión su respuesta, pero la memoria me ha jugado una trampa en la que la oigo decir: "Cuando seas grande lo sabrás....".

Bemba colorá
Celia Cruz

La lámpara ya no estaba en el apartamento, no sé dónde fue a parar, lo cierto es que aún había fiestas. Mi papá estaba tan joven, y tenía tantos amigos simpáticos y alocados, que era el ambiente perfecto para una chiquita de cinco o seis años. Abajo vivía mi abuela y no creo que ella tuviera ganas de integrarse al grupo. Más bien prefería acostarse en el borde de la cama y ponerse pañitos de agua fría en los ojos, porque se le cansaba mucho la vista. Pero en el piso tres la fiesta estaba en pleno furor. Yo no bailaba salsa, todavía. Pero tenía unas zapatillas rojo carmín con unas trencitas un poco más oscuras. Mi tío Miguel, tan grandote como es, me preguntó si sabía bailar, y antes que pudiera responderle, me agarró de las manos y comenzó a cantar como un sonero desatado. "Es que tu tienes la bemba... bemba colorá". Si miraba al frente le veía los muslos, mirarlo a los ojos era un imposible -evidentemente por mi tamaño-, así que le miré los pies y comencé a mover los míos, notoriamente más pequeños, igual que los de él. Los zapatitos rojos eran una belleza: talón con talón, rodillita flexionada, un poquito de hombros y ya está, era la reina de la salsa y la fiesta. Mientras tanto, mi abuela se había quitado el pañito de los ojos, había agarrado el palo de la escoba y le daba palazos al techo de su apartamento para que el piso vibrara y nos alborotara los pies. O para que nos calláramos de una vez por todas.

Unicornio azul
Silvio Rodríguez

Ya no había fiesta, ahora íbamos en el carro de mi tía, un Fiat anaranjado (de esos cuadraditos, que no sé qué modelo son), con los vidrios ahumados, a tomar merengada de chocolate a la heladería Crema Paraíso en San Bernardino. El caasete de Silvio sonaba cheverísimo en ese reproductor ochentoso. Mi mamá y mi papá cantaban el coro, y yo también. Ya me había aprendido la canción, porque la había oído en el equipo de sonido del apartamento. Me preguntaba por qué ese tipo, si tenía un unicornio azul, lo había dejado sólo pastando por ahí. Y ahora se quejaba de que lo había perdido. Era un poco tonto el asunto, pero además ofrecía una recompensa, después de tanto descuido. Yo sabía que ni de vaina ese cuento era verdad, y sospechaba que Silvio no estaba diciendo exactamente lo que yo entendía de sus palabras. Me parecía una historia incierta, aunque al final me daba tristeza: la merengada de chocolate se acababa muy rápido, y en el fondo el tipo estaba verdaderamente consternado. Pedía ayuda para encontrar a su animal imposible. Yo sabía que no podía ayudarlo, pero cuando veía a mi papá y mi mamá cantando el coro a dúo y con sentimiento, pensaba que a lo mejor alguien, algún día, lo iba a encontrar.

K.

Sexo para leer. Revista El Librero

De la librería a la cama

Si las leyes de derechos de autor y la industria editorial hubieran funcionado hace17 siglos tal como funcionan hoy en día, un filósofo hindú habría sido el autor de uno de los best seller más leídos de todos los tiempos. Además, sería dueño de una marca patentada inconfundible, asociada directamente a una de las expresiones fundamentales del comportamiento humano: la sexualidad. Mallanaga Vatsyayana –de quien se sabe que vivió en India entre los siglos I y VI después de Cristo– habría visto su obra traducida del sánscrito a decenas de idiomas, y en pleno siglo XXI estaría más vigente que nunca. El Kama Sutra (Los aforismos sobre la sexualidad), dividido originalmente en siete partes y 36 capítulos, ha sido reinterpretado, adaptado y reeditado hasta la saciedad en el mundo occidental, pero su esencia sigue intacta.

¿Cómo hacer el amor?, ¿cómo mejorar la vida sexual?, ¿cuál es la fórmula para dar y recibir el mayor placer posible? A pesar de que la sociedad da señales cada vez más claras de la importancia que tiene la educación sexual, estas interrogantes no tienen respuesta en los pensa del sistema educativo, ni en las charlas familiares, y es por ello que además de la televisión o la web, las librerías son un lugar idóneo para encontrar pistas que ya el Kama Sutra asomaba hace siglos. El mercado editorial venezolano es una muestra de esa avidez de conocimiento –o de ayuda–, ya que los libros sobre el tema son un éxito. “Las ventas sobre el tema de la sexualidad son muy buenas, siempre estamos reponiendo el stock de libros publicados hace 10 años, y cuando llegan las novedades, prácticamente se agota todo el material”, afirma Héctor Oropeza, gerente de ventas de Editorial Miró, que distribuye en Venezuela el sello Robin Book, cuyos temas centrales son salud, espiritualidad y autoayuda.

Algunos de los títulos de Robin Book que ofrece Editorial Miró son El arte tibetano del amor, de Guendün Chömpel –una reinterpretación del Kama Sutra hecha por un monje tibetano– Fantasías sexuales, de Anne Hooper y Phillip Hodson, y ¿Cómo mejorar su vida sexual?, de Rachel Copeland. Oropeza explica que la mayoría de las librerías con las que trabajan en todo el país, piden estos textos. “Además, sabemos que, según la experiencia de los libreros, 70% de quienes compran el material son mujeres.” Denisse Martínez, encargada de VDL Books en el centro Sambil, no comparte este criterio: “Aquí vienen hombres y mujeres por igual. Quienes visitan la sección pueden ser adultos, jóvenes o personas mayores”, afirma. En esta librería hay seis repisas para el tema y dice Martínez que uno de los más buscados es ¿Cómo complacer a una mujer? (Dentro y fuera de la cama), de Daylle D. Schwartz, entre otros de la editorial Amat. Tanto Martínez como Oropeza coinciden en que, en efecto, en la mayoría de las librerías de todo el país hay al menos una repisa dedicada al tema.

¿Te lo explico con un dibujo?
Alicia Gallotti es una periodista y escritora española especializada en el tema de la sexualidad. La experiencia acumulada después de diez años como colaboradora de la revista Playboy ha sido rentable, ya que el éxito de sus publicaciones sentó un precedente de ventas en España, Portugal y algunos países de Latinoamérica como Colombia, donde uno de sus libros alcanzó 18 ediciones. Gallotti se dedicó a estudiar el Kama Sutra original, para readaptarlo a las necesidades de los amantes contemporáneos, y como resultado publicó en 2001 El nuevo Kama-sutra ilustrado, con el sello Booket de Editorial Planeta. Este fue el primero de una serie que incluye el Kama-sutra lésbico, gay, para el hombre, para la mujer, y del sexo oral. También están las versiones ilustradas para el hombre y la mujer. Este año se suman dos novedades que ya se consiguen en las librerías: Kama-sutra XXX y Kama-sutra técnicas orientales.

Tal como lo hace Gallotti con el Kama Sutra, otros autores han reinterpretado algunas disciplinas en clave sexual: astrología, osho, tantra, yoga, técnicas de masaje y hasta la producción audiovisual se pone al servicio del erotismo en el libro Cómo rodar un video erótico casero, de Océano. En esa tónica están varios títulos de Santillana. Daniel Centeno, jefe de comunicaciones del grupo, afirma que reciben pedidos de muchas librerías, aunque los volúmenes son mayores para la cadenas. “Sexo tántrico se agotó, y también se han vendido muy bien Feng Shui para el sexo y Juegos en pareja”. Pronto lanzarán el Kama Sutra de Deepak Chopra.

Ahora bien, estos manuales son en su mayoría extranjeros, y la contraparte venezolana aún no se decide a tocar directamente el tema sexual. Pero hay acercamientos, y uno de ellos lo hace el psicólogo César Landaeta, autor de los muy vendidos Cómo mandar a la gente al carajo!, Al infierno se va en pareja, y recientemente publicó Homo erectus. El hombre, “su otro yo” y las mujeres –todos de Editorial Alfa–. El título y la portada del libro son sugestivos y lo que se encuentra adentro, más que una guía sobre sexualidad, es un manual para comprender la personalidad del hombre. Otro acercamiento lo hace la periodista Luzmely Reyes, quien Con la vagina bien puesta (Libros Marcados) recorre algunos de los asuntos que más preocupan a las mujeres venezolanas de hoy. Aunque el título se refiera explícitamente a un órgano sexual, este no es el tema central del texto.

Voyeur, exhibición, ensayo y ciencia
Más allá de los manuales, la autoayuda y algunos consejos que parecen muy elementales como “Si va a masturbar a su pareja es conveniente que tenga las manos limpias”, también hay todo un universo de publicaciones sobre la investigación científica en sexología. En su época, los informes de Alfred Kinsey (El comportamiento sexual del hombre, 1948), los de la pareja William Masters y Virginia E. Johnson (La respuesta sexual humana, 1966) y los de la sexóloga estadounidense-alemana Shere Hite (El informe Hite, 1976), que se encuentran en algunas librerías de Caracas, revolucionaron el campo de la sexualidad desde la perspectiva del estudio sistemático y cuantitativo del comportamiento humano. Otra obra esencial en el estudio académico del tema son los tres tomos de Historia de la sexualidad, del filósofo francés Michel Foucault, quien murió antes de completar los seis tomos que había planeado escribir.

Aparte de las visiones académicas, quienes cuentan la sexualidad de la observación empírica también han publicado obras. Es el caso de La vida íntima de los grandes dictadores y La vida sexual de las diosas de Hollywood -ambos se consiguen en las librerías de Caracas- de Nigel Cawthorn, quien también ha publicado textos similares sobre los papas, reyes, reinas y grandes compositores. Las experiencias sexuales contadas en primera persona despiertan el morbo de los lectores, sobre todo si las voces narrativas son femeninas: en 2005, la actriz porno española Celia Blanco, conocida por su participación en el programa televisivo Crónicas Marcianas, publicó en coautoría con Guillermo Hernaiz el libro biográfico Secretos de una pornostar; en Italia una siciliana de 18 años, Melissa Panarello, vendió sólo en su país un millón de ejemplares de Cien cepilladas antes de dormir, el diario íntimo de una adolescente, lleno de escenas de sexo explícito; más cerca, en Brasil, una joven de clase media alta decide huir de su casa para dedicarse a la prostitución, y la experiencia de su paso por el mundo de las acompañantes quedó consignado en El dulce veneno del escorpión, escrito por Raquel Pacheco bajo el seudónimo de Bruna Surfistinha.

En Venezuela, el actor y escritor Luis Fernández afirma que se dedicó a observar y preguntar a numerosas mujeres sobre su vida sexuale. De esos testimonios y experiencias, así como de las entrevistas que ha hecho en su programa radial, obtuvo la materia prima para sus libros Sexo sentido y Sexo sentido II, ambos considerados best sellers. Fernández le atribuye el éxito al tema: “El sexo evidentemente vende, sin embargo, hay también en ellos mucho de auténtica observación de lo que somos y algo de desmitificación y desprejuicio en lo vinculado al sexo y las relaciones”. Y más allá de sus propios textos, el autor esboza una explicación sobre el interés que despiertan este tipo de títulos en Venezuela: “Somos una sociedad enormemente hipócrita y sexualmente insatisfecha. Cuando hay doble moral, prejuicios y una tendencia cotidiana a censurar y a descalificar a otros, sólo porque tienen la vida que nos gustaría tener a nosotros, cualquier cosa que parezca sexual, prohibida o irreverente, tendrá éxito”.

Imaginación, fantasías y palabras
Dicen los sexólogos que el mayor órgano sexual del cuerpo humano es el cerebro. Más allá de los actos reflejos y de la pura excitación física, el cerebro también es responsable de las fantasías, del ejercicio imaginativo, que se sale del campo meramente sexual y entra en el terreno del erotismo. “Los manuales o guías son publicaciones que sirven a modo de tutor con respecto a un tema determinado, recurre a ellas aquel que desea consejos prácticos. La literatura erótica es más bien un ejercicio libre de imaginación, creatividad y motivación hacia el erotismo, así que no creo que compitan. El público puede ser el mismo en tanto somos todos individuos susceptibles a los placeres y al erotismo”, afirma Carolina Saravia, directora adjunta de Alfa Grupo Editorial.

Quienes buscan algo más que la inmediatez de las respuestas sencillas o la rigurosidad de los datos científicos, tienen en la literatura erótica toda una tradición narrativa por explorar: Safo, Giovanni Boccaccio, el Marqués de Sade, Goerges Bataille, Anais Nïn, Henry Miller, Charles Bukowsky y muchos otros. En 1977, la editorial Tutsquets le apostó al erotismo, en pleno destape español, y convocó por primera vez el premio de literatura erótica La Sonrisa Vertical, y creó una colección con el mismo nombre, donde se publicarían los trabajos ganadores y algunos finalistas. En 2004, Luis García Berlanga, director de la colección, anunció la suspensión temporal del premio tras 26 años de existencia en los que autores como Almudena Grandes, Mayra Montero y el venezolano Denzil Romero fueron ganadores. Una de las razones con las que la editorial argumentó la suspensión del premio fue el hecho de que "La expresión literaria del erotismo ha ido gradualmente asimilándose a la narrativa general y se ha integrado en colecciones literarias no acotadas específicamente al género erótico".

Sin embargo, en Venezuela Editorial Alfa apenas comenzaba a recorrer el mismo camino. En 2003 se convocó por primera vez el concurso de literatura erótica Letra Erecta, que ganó la escritora cubana Vivian Jiménez con su novela La columna que dibujaste dentro de mí. Así comenzó una nueva colección de la editorial, que hasta ahora ha publicado siete títulos, cuatro de los cuales fueron finalistas. “La colección nace como una apuesta al mercado editorial venezolano, reprimido tras la crisis del 2001 y 2002, período en el que no sólo se editaron menos libros de lo regular, sino que además se redujo de manera significativa la importación. Letra Erecta representó una propuesta lúdica para los libreros y especialmente para los lectores”, cuenta Saravia.

Así como en posiciones, las preferencias o los fetiches sexuales, la oferta de libros que de alguna manera abordan el sexo y el erotismo está dirigido a un público muy diverso. Precisamente esa flexibilidad en cuanto a temas y géneros es la que confirma que el sexo en todas sus expresiones ejerce aún ese efecto de atracción, morbo y curiosidad por lo prohibido, lo íntimo, lo oculto. Por eso tiene lectores, y vende.

Arte para mayores de 18
Las editoriales de libros de arte también tienen un segmento para el sexo, en el que se incluyen obras sobre fotografía, diseño, artes plásticas, cine y cualquier otra expresión artística de la sexualidad. Es el caso de Antología universal del arte y la literatura eróticas, de Evergreen. Pero es Taschen la editorial que tiene una serie dedicada sólo al sexo, y algunos de cuyos títulos están en las librerías venezolanas: Cine erótico, History of men's magazines (siete tomos) y Digital diaries.
K.

Batalla

La guerra ya comenzó. Estoy tan angustiado que no consigo despertarme de este sueño en el que podría por primera vez ser un héroe o convencerme para siempre de que mi tumba no llevará epitafio. Oigo cañones, susurros de mi padre y la voz templada que me anuncia el inicio de la batalla decisiva. Cada soldado se despierta como todos los días: un beso resignado para la esposa, el alimento condimentado con rabia e impotencia, una cápsula de conformismo y esas ganas de matar con las que nacen quienes viven esta pelea sin fin para ganar terreno en su propia alma.

Mi mujer restriega frenética el cepillo en el uniforme, yo espero por esa prenda que visto a diario para que las lanzas encuentren pronto cada arteria. La diana sonó, pero mis tímpanos se reventaron de palabras una noche en la que me di latigazos con la lengua. Con paciencia me dispongo a comenzar de nuevo la rutina de este cuartel que es mi vida, mi casa, mi santuario nocturno. Ya todos salieron y la tierra vibra en mi taza de té, mientras el ejército camina hacia un pantano del tamaño de un continente.

Calzo mi botas negras y roídas, y como siempre el uniforme me resulta un poco menos pesado porque cada disparo es una condecoración que me arrancan, un honor menos para la familia. Solo, tomo el autobús hacia el campo de batalla, pero está vacío, los demás salieron antes. Soy el comandante de mi pelotón de soldados de plomo, que van marchando en formación de bolsillo, y la imagen del santo que siempre llevo en la cartera prepara la artillería pesada.

Mis ojos son una represa de lágrimas y sudor, con fisuras que me van dejando ciego, pero me apresuro a encontrar mi unidad de combate. Quiero terminar de una vez por todas con este día y con esta noche, porque en esta guerra no son posibles los acuerdos de paz. Se alimenta de los errores, de la muerte diaria a la que me someto cada vez que cuestiono mi existencia sin poder dejar de vivirla. Hay caballos, barcos, camellos, tanques, helicópteros, globos aerostáticos y mucha morfina. Un niño me dice, en cámara lenta, cuál será nuestro próximo blanco, pero ni su arma ni su uniforme son iguales a los míos. Ahora comprendo que llegué tarde a la batalla y vestido de enemigo.

K.