
Tomaron tetero de Caracazo, comieron papilla de intentona golpista, se aburrieron escuchando discusiones de adultos sobre el fin del bipartidismo, dejaron de rumbear porque una parte del país estaba paralizada, no votaron por una nueva Constitución, vieron a sus papás marchar para un lado o para el otro, el oído se les acostumbró a la musiquita de Globovisión, escribieron letras de protesta en clave de hip hop porque la Nueva Trova les quedaba como lejana.
Estudiaron, gozaron, sufrieron, no fueron etiquetados como "bobos" (sino como "más bobos"), pensaron que todo ese rollo de la generación X y el no futuro era complicarse sin razones. No sufrieron por la muerte de Kurt Cobain, conocieron el romance vía sms y msn, Internet siempre existió para ellos y los celulares son una cosa de toda la vida. Creo que esos son los estudiantes que han salido en la tele por estos días, y no sólo están en la tele sino en las calles.
Y algo parecido, aunque con códigos culturales distintos, deben ser los no estudiantes, pero también jóvenes, que quizás no han tenido la oportunidad de entrar en la univerisdad. Ellos probablemente ya son papás y mamás, o guerrean todos los días en un semáforo, o están en una misión, o simplemente en su barrio, en su pueblito, viviendo este país desde lo más profundo. A su manera, deben tener también una visión particular y distinta de lo que es Venezuela.
Ojalá no los etiquetemos, ni los "quememos", ojalá encuentren su espacio para armar proyectos propios. Me causa mucha incomodidad que se hable del "mayo venezolano" o de "los encapuchados de los 80", o que se les compare con la generación del 28, o con cualquier otro referente político. En algunas ocasiones he oído a opinadores y personas comunes decir: "Nosotros despertamos a los jóvenes" o "desde hace tiempo me preguntaba dónde estaban los jóvenes".
Es claro que a ellos no los despertó el cierre de un canal de TV, ni tampoco la guerra mediática en la que estamos inmersos. Ellos no estaban mirando para el techo, ellos estaban trabajando y su reacción ha sido la que hemos visto, precisamente por eso. Tienen personalidad y hacen las cosas a su manera, porque así han crecido. Los movimientos (sea de defensa de derechos, de protesta, de reivindicaciones laborales, étnicas o de cualquier otra índole) no aparecen por generación espontánea.
Ellos son lo que son y punto, y están en eso, en busca de una identidad, tarea que ya llevan bien adelantada algunos. Quisiera que se les dejara nacer tranquilos: no fumar delante de ellos, como hacemos los fumadores con nuestro vicio cuando estamos al lado de una mujer embarazada o de un bebé. Quisiera también que no se les deje solos, porque así como afortunadamente hicieron muchos de nuestros padres (y lo siguen haciendo), podemos estar cerca de ellos sin impedir que de vez en cuando se den esos golpecitos que enseñan (ojo, golpecitos de esos que se da uno cuando se lanza del tobogán, nada de golpismo, por si las moscas). Desearía también que no intenten aprovechar esa energía para fines distintos a los que ellos han decidido.
Zapatero a tus zapatos: ellos están en lo suyo, en la universidad, en la conquista de sus espacios. Entonces cada uno de nosotros puede aprender de esa lección y aplicarla a su área de conocimiento, a su oficio, a su pasión, a lo que quiera, pero aplicarla. Después de estos días, y de varios meses en los que he visto este proceso desde un palco privilegiado, tengo la extraña sensación de que me seduce mucho más esta energía, esta propuesta que podría gestarse, que cualquier otra que haya visto en los últimos tiempos. Y esa sensación seguramente tiene como núcleo algunas frases que me repito cada vez que puedo: Todo está por hacer. Hay mucho que hacer. Estamos frente a una oportunidad. Hay alternativas. Hay opciones. Hay que trabajar por ellas desde cero. Hay que construirlas sin olvidar el pasado, pero sobre todo tenemos que imaginar, pensar, discutir, y después reinventarnos.